Si pudiera arrancarme tus ojos invasores,
tu sombra grande como la de un árbol
con hojas luminosas, si pudiera
arrancarme estas heridas que me hizo tu piel
hiriente e invasiva, si pudiera
quitar cada pedazo de luz que irradias
de mi ventana; al fin escucharía lo que he gritado
desde tiempos remotos y no
tus presumidas carcajadas entre mi alma y mis oídos.
Al fin dejaría de imitar como un payaso llorón,
dejaría de creerme un erudito caminante,
dejaría de pegarme malas costumbres con el fin de brillas también un poco;
podría escucharme y responderme,
y me mediría con la vara correcta, me juzgaría correctamente,
como un ignorante sabio.
Si pudiera botar por el desagüe el veneno,
quebrar vasos y frascos que me atragantaron su envidia embriagante.
Si pudiera cerrar en mi frente tus ojos invasores,
y abrir los míos, humildes y temerosos y comenzar a cantar el mundo,
y seguir alimentando mis palabras,
mis hueros, mis paisajes, mis flores...
cantaría paz con un cuervo menos cada madrugada.