Dejé mis besos sembrados en tus labios, con raíces tan duras como recuerdos. Escupirlas, mujer, no puedes, así que trágatelas y llora, que no crecerán ramas en tu vientre.
Fuiste el error preciso, la enseñanza muda, el carmín oscuro, la mujer más tonta. Y yo que Perdí mis huellas de tanto acariciarte. Y yo que busque en tu círculo el rincón perdido.
Pero mientras te resignas a dormir en sábanas que ni te hablan, una luz espera para apagarse mientras te desvisto. Y que después de un terremoto de almas, tendamos la cama y lloremos de miedo.
Y aunque las ramas nos unan somos raíces distintas. Tú, por mirar tan dulce cuando me hablas. Yo, por hablar contigo dominado por una lágrima, que rebelde se niega a saltar de mi mejilla.
Diego Trujillo