Ruidoso acento que atesoras
las horas vespertinas
sobre el extinto árbol en el patio de la casa.
Suavidad familiar que endulzaba el jardín a la edad de ocho años,
lo dulce de tu néctar
golpea mi paladar humedecido de recuerdos
y áspero de melodías
aún obligas a asilarnos en la harapienta túnica del tiempo.
Signos de lo que volverá,
traspasará fronteras de pálidas generaciones
ajenas a nosotros y nosotros en ellas
de espíritus notorios que no desaparecen.
(GALERÍA INSOMNE)