Diaz Valero Alejandro José

Guerrero vencido

Erguido en la cama estaba en actitud de reposo. Su mirada fija en el techo le daba a simple vista el aspecto de un cadáver.

 

Nunca dormía tanto como ahora que le había llegado la vejez. Cada día se aferraba más a su almohada como quien se aferra a una tabla de salvación, alguien a quién podía tomar como confidente para contarle en secreto sus sueños inconclusos.

 

Su cama era la nave donde pasaba gran parte del tiempo… Allí dormía plácidamente; a veces lo hacía de modo natural, otras lo hacía después de esos extraños ciclos convulsivos que los neurólogos llaman epilepsia y que él llamaba patatús.

 

Verlo tendido en esa cama a veces daba la impresión de ser un cadáver que aguardaba su fosa; pero luego se levantaba pesadamente arrastrando sus pies, con la mirada perdida y sus hombros caídos, como diciéndole a la vida: ¡Aún no me has vencido!

 

Pero aquella mañana la fetidez que salía de la habitación, y el caso omiso que hacía a los gritos que intentaban despertarlo, ya no dejaba duda de que ese día su aspecto de cadáver iba en consonancia son la realidad. Su cuerpo inerte con la mirada fija en el techo y un hilillo de sangre en la comisura de sus labios, le habían otorgado a su sueño, el carácter de sueño eterno. Parece como si aquella noche, en una dura batalla por la vida, dejó clavada su verde mirada en el techo, como un guerrero herido que clava su lanza en la tierra para caer desplomado en los brazos de la muerte.

 

Hoy te escribo soldado vencido, tú que admiraste siempre mi condición de poeta y que me confiaste secretos de tu vida que ni tus propios hijos supieron, pretendo hoy que esta historia, se una a las tantas que me confiaste, para cerrar el ciclo de tu largo caminar. Fuiste valiente hasta el final, viviste demasiadas experiencias, pero te fuiste sin saber cuánta emoción se aferra a unas manos que se posan sobre los parpados de un soldado vencido para cerrar sus ojos y dejar en su rostro esa solemnidad de difunto. Esa sensación que vivieron mis manos aquel día, quedó pendiente en nuestras pláticas dominicales por eso te la escribo ahora porqué no sé si tenga tiempo de contártela después.


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