Óleo de un adiós con fugitiva
En boca de la noche ardió el consuelo,
la estrella fue la última esperanza,
en ella con tus ojos vi los míos,
luego la luna iluminó nuestras palabras.
Qué ganas de dormir entre tus senos,
qué forma de llamarme tus almohadas
y el grillo quedó mudo bajo el trébol
y el árbol silenció sus aves altas.
Pero en el rayo de tus labios tibios
un río ardió que desató la nada,
corriente de dolor en que me duermo,
cortando estas orillas de una lágrima,
que se llevó con su corriente el frío
y el calor de la nieve que besaba
y ahoga en su cortina de sauzales
la espuma que los montes devoraba,
y echó a dormir sin horizonte previo
la escama de los peces y las algas.
La noche sucedió sin otro ruido
que tu amor que huyó por la ventana,
los trozos de cristal nunca sonaron,
sus restos se clavaron en mi espalda
y hubo uno que hasta hoy me impide verte
pues cruza mi razón y mi garganta,
latón de soledad que las ciudades
replican en neones y guirnaldas,
paciente cicatriz de lobo oscuro
que esa estrella mordió mientras sangraba
sin poder acceder ni al infinito
ni al momento fugaz en que te amaba.
En boca de la noche se hizo negro
tu nombre y el de dos que ya no danzan,
la aurora indiferente alzó su vuelo,
yo sigo en el país de la nostalgia.
Y escapas tú también por su sendero,
naturaleza muerta que no acaba,
esbozo de estación en que dos cuerpos
dejan atrás el lienzo en que se empapan,
colores que borró la tierra fría,
retrato de un amor que anoche escapa.
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20 08 12