Como decía Miguel Hernández, "me duele hasta el aliento". Huí de la tierra que tenía por madre, me quebré en los lares de otros con la simple intención de acordar con la pútrida vida una vida vital. Me adentré en la desesperanza cuando nada de ello resultaba con efectos de gracia y sin más trotes que los pasos de un desamparado me hicieron sentir un extraño frente a otros seres de mi misma raza, otros humanos. La naturaleza me reía, los habitantes me odiaban y cuanto odio al no poder encontrar el sustento de mi aliento, ni siquiera el permiso y respeto que se otorga a cada palabra. El silencio se convirtió en mi aliado, la calma en mi aspereza, el movimiento de la realidad parecía haberse detenido y no podía arrancar una sonrisa de ningún ser pues como lo iba a hacer si ni a mí mismo me creía capaz. Me han otorgado el título de intruso, y sin merecerlo, con toda la humildad tuve que devolverlo, pues no es así como me siento, pero cómo demostrarlo si el silencio se ha convertido en mi aliado. Atardece sin más, y el aliento se recupera pues está en mi condición seguir caminando hasta encontrar un lugar en el mundo como Federico Luppi o José Sacristán. Caminante no hay camino se hace camino al abandonar la tierra que te vio nacer, crecer y soñar con lo que podía haber sido, que tristes sueños que se transforman en pesadillas a lo largo del tiempo, en cargas irreales que soportas en otros muros de otro país, y no vuelves por miedo, y no vuelves porque aunque este no sea tu sitio aunque el desprecio se alza como bandera, aunque la acusación exista sin presunción de inocencia yo sigo pendiente y con aliento de encontrar más caminos que me lleven al sendero de la aceptación, al sendero de la humanidad, al trato cordial de una civilización superior que no piense que al llegar lo único que puedo hacer es robar.