Le estoy pensando como le vi por vez primera,
a usted señor, el mío estro,
boca amable, la piel mansa y ojos claros,
entre los libros donde guarda sollozos ajenos,
el ruego de los pobres acunado en blancas paginas.
allí donde fabrica sueños y remienda sonrisas infantiles.
Y sus años repletos de senderos,
de lluvias en los huesos y un halo de eternidad
que lo distingue de las masas.
Son esos ojos bellos los que vienen como un rayo,
a encabritar mi vieja sangre.
Nadie me había llamado princesa araucana
como su voz lo hace, y es verdad,
vive un guerrero antiguo circulando mis adentros,
pone bríos a mis fieras por siglos refrenadas.
Soltando las mordazas han remontado libre vuelo
con brazos extendidos como leves mariposas son mis labios
a la espera de su rostro de su espalda,
mi descanso, fiel refugio, mi mejor metáfora,
señor estro, consentido de mis versos
revelado en los espejos de la aurora
flama ardiente que me abriga desde el cielo
ala majestuosa que protege mis desvelos.
Usted es la paz de mis manos ya cansadas
y por ello le bendigo con emoción de llovizna bajo el párpado,
son estos mismos ojos oscurecidos por la espera
que detienen los ocasos sobre los lindes del tiempo,
donde pido dulcemente.
mi querido , no deje nunca de sostener
este atardecido corazón
en la palma de sus manos mansas.
Alejandrina.