Llegó el incesante
matraqueo de los engranajes,
no en coches
no en aviones
no en relojes
no en sofisticados aparatos;
aunque
sí en coches
sí en aviones
sí en relojes
y en sofisticados
e inútiles
aparatos;
pues el estertor impúdico
que acabó con las aves
y relegó a las plantas al reino del olvido
provenía
del pecho de los hombres.