Tú dormías como yo: sobre hojas de periódicos, diciendo que la sangre de México es el pulso de una esperanza.
Cuando a Ramón López Velarde le sepa a cementerio la poesía,
tú y yo habremos de morir para siempre en el cielo de nuestra patria.
Paridos por las nubes, seremos lluvia.
Paridos por los muertos, esqueletos.
Embarazando a los árboles, seremos sangre verde
y entonces,
agudamente,
un pájaro carpintero nos adoptará en su sonido.
Duérmete conmigo y pon en mi lengua anís
que mi aliento ya busca rubor nórdico.
La furia de este cielo no deja que sueñe con ámbito campestre;
escalo para hundirme en la sugerencia de la cima orínica. El rastro de la lluvia es el consuelo.
Duérmete conmigo de nuevo, quiero bailar y que te hagas prisionero.