Sólo.
Abrí las manos en mi cara allí sentado, en el ocaso de aquél día frente al mar enmarañado, en el horizonte y tras mis manos, el sol casi apagado, en mi mente y mi ánimo un éxodo buscado, a ambos flancos con la soledad acompañado y ante la multitud deambulante, sueños en mi semblante, vida en blanco y negro y ausencias, como pago a todos mis pecados.
La triste figura se fue transformando en sombra, acunada con zozobra por una amarilla farola, como un trébol en el suelo desparramaba sin consuelo los pétalos de cieno que se abrían sin remedio, en el centro de las hojas mi corazón se despoja con los puntos cardinales y la cabeza por su lado urdiendo un buen bordado con los filamentos dorados de crisálidas triviales.
Los sonidos de la noche, el ruido de algún coche, la risa de los niños y miles de reproches al cincel de muchos mitos, se hacían eco en mi nido estando allí perdido y al vuelo de la brisa se me escapó una mueca en risa con recuerdos verde intenso, prometía en mi agonía que jamás renunciaría a ser como deseo y las lágrimas caían buscando sin consuelo el mar en vez de el suelo.
En el beso de las aguas forjadas en dos fraguas el brillante mar me habló con sonidos salpicados y la espuma de las olas mis lágrimas pidió, aquieta tus premuras pues las grandes amarguras sólo causan dolor, derriba tus murallas, recuerda tus batallas y abre el corazón, los dolores no son eternos y si los calmas con besos dejan de ser dolor.
Como duende enardecido más en vence que en vencido mi figura levanté y con ese limpio gesto el trébol y mi presto, estrecharon languidez. Mis temores tan oscuros y mis lamentos inseguros vistieron palidez, me los regaló la luna al pincharlos con su cuna del mar y la fortuna arropados por mi ser. Es por ello hoy mi canto, que presa del quebrantó se curó con timidez.
Autor.- Rafael Rivas.