Teresa era una joven hermosa, con unos brillantes ojos negros y un alma muy soñadora. Para ella la felicidad consistía en cantar canciones de amor e irse imaginando las historias románticas que cada canción le dejaba. Creció pensando que la felicidad existe, y ella como joven soñadora esperaba que esa felicidad que tanto leyera en las novelas, algún día tocara a su puerta.
Teresa fue haciéndose mujer y entonces pudo comprender que su felicidad era extraña, era extraña porque todo el mundo creía que ella era feliz con su amor, cuando en realidad no lo era; hasta ella misma muchas veces llegó a creerlo.
Teresa volaba entre nubes de amor y sentía la protección acolchonada de su blandura, pero de repente las nubes se ennegrecían anunciando fuertes tormentas que la azotaban en aquellas noches de inviernos, entre truenos y centellas.
Teresa contemplaba el cálido sol de amor ardiente y soñaba cada mañana sentir la tibieza de sus rayos matutinos, pero el sol se le volvió rebelde y en muchas mañanas se ocultaba entre nubes negras, y otras tantas salía con sus rayos incandescentes, que en lugar de acariciarla, herían su piel y quemaban su alma.
Teresa se bañaba en las playas del amor, soñando con la suave espuma que acariciaba su orilla, pero el mar impetuoso la azotaba con un fuerte oleaje y la dejaba desorientada, sin saber, que rumbo darle a su vida.
Un día de tantos, Teresa recordando sus días de adolescencia, se dio cuenta que esa no era la felicidad que siempre anheló; que esos besos y esas caricias de las cuales era objeto no eran lo que ella soñaba. Era feliz para los ojos del mundo, pero para ella en lo más profundo de su corazón no tenía nada de dicha. Nada, ni siquiera lo más mínimo, aunque el mundo siguiera creyendo lo contrario.
- Eres feliz Teresa, le decían sus amigos y familiares, eres una mujer afortunada, tienes todo lo que soñaste.
Y ella tristemente, asentía con su cabeza, como aceptando esa sentencia de felicidad de la cual, muy en el fondo, la sentía ajena.
Su príncipe azul llegó de repente y sin tocar las puertas de su corazón entró a su vida… Ni ella misma tuvo tiempo de abrir las puertas de su alma enamorada, pero ya no había nada que hacer, ahora debía seguir la corriente y ser una mujer de su casa llorando en soledad su desdicha, disfrazada de felicidad.
Era una extraña felicidad que todos disfrutaban menos ella.
Así pasó el tiempo, hasta que Teresa decidió romper las cadenas que la ataban a su falsa felicidad y decidió andar sola por la vida en busca de su verdadera felicidad, aunque a decir verdad ya ni le importaba si la felicidad para ella existía. Pero la vida es tan sorpresiva, que de repente y sin que ella misma imaginara, le correspondió a ella tocar las puertas en busca de su felicidad, y logró finalmente entrar sonreída a ese nuevo mundo, al mundo que siempre soñó, aunque a veces pensaba, que en realidad era más de lo que había soñado.
Teresa pensaba ya que su vida estaba en el ocaso, pero ella misma fue la sorprendida, porqué la felicidad le llegó de paso.
Esta vez su felicidad seguía siendo extraña, pues ahora era la gente quien pensaba que ella era infeliz; que su corazón no abrigaba razones para vivir ni sentir; en cambio ella en sus adentros sonreía plena de felicidad. Por fin el amor le había llegado y nadie se había dado cuenta, sólo ella y su amado, quienes compartieron a manos llenas todas esas cuotas de felicidad que la vida les tenía pendiente.
Fin.
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