Delirio de la nieve
La nieve no nace en la actual cordillera,
los viejos lo saben, miremos sus canas
y el viento escuchemos que sabe del frío,
del trigo en la noche, del lobo en la lana.
Cansados nos vemos en ruines manteles,
manchados de sangre, del golpe del padre,
perdidos en sábanas, anchas y libres,
colgadas al aire del mar invisible.
La harina en la sangre nos lleva a los montes,
la nube galopa en la médula hirsuta,
cayéndose luego en atómicas urbes,
en hilos dentados que muerden los techos
y rasgan los vidrios grabando tristezas,
paisajes de inmensos desiertos helados,
por dentro y por fuera del niño que mira,
del hombre que emerge entre dos parpadeos.
La sal de los mares decora tu cuello
con torres brillantes de vidrio y de espuma,
hombre o hembra creces, liberas tu pelo,
y emprendes un viaje de cenizas blancas,
de semillas albas que un cuervo persigue,
que el cemento duro intercepta con torres,
con cloacas recias y ocultas de pronto
por el neón blanco de la ciudad frita
por noticias raudas, por felices legos
y de torpes dedos intentando un rezo.
La nieve recobra los besos perdidos,
los cuerpos que yacen en metros, en trenes
de adioses, de olvidos, de lágrimas rancias,
en los ministerios hay leyes de nieve,
versiones del justo que archiva la historia,
cubitos de hielo con tantas promesas
que esperan al héroe que esculpa el futuro.
Zapatos de nieve ya ofrece el que inyecta,
el que alza los precios, la que expone el sexo,
los reyes, los monjes, los súbditos tercos
conocen la nieve de mitos y ancestros,
se acuestan desnudos sobre ella de noche,
se duchan con ella, también se masturban
y un rastro de nieve persigue sus sueños,
cual gotas de células blancas que pierden
sin rastro, sin tiempo, y a veces sin miedo.
Hoy he despertado amarrado a la nieve,
nadie hay en mi cama, blanco me congelo.
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28 08 12