Había que ver la tristeza que reinaba en aquel pueblo llamado “Flechas de Indios” era un pueblo donde hasta las casas mostraban cierto desgano, y eso sin hablar de las calles y de la gente.
En ese pueblo nadie se enamoraba; las parejas vivían juntas sólo para cumplir el mandato bíblico de reproducirse y poblar el mundo, pero nada más; el encanto y apasionamiento jamás había estado por aquellos lugares.
Las casas de colores ocres parecían llorar bajo el sol, su tristeza se reflejaba no sólo en los habitantes de aquel pueblo, sino también en los pocos visitantes que osaban alguna vez en su vida llegar a conocer aquel pueblo llamado “Flechas de indios”.
Sucedió que una primavera llegó un joven forastero al pueblo, venía muy alegre repartiendo sonrisas a todos los moradores. Los hombres los miraban con indiferencia y las mujeres con cierta timidez y picardía; pero el forastero no dejaba de sonreír.
Mientras el visitante seguía recorriendo las calles conversaba alegremente con los pobladores:
-¿Ustedes no enamoran a sus mujeres? le preguntaba a los hombres.
- ¿Nunca han llevado una serenata a una ventana? Seguía preguntando
- ¿Jamás han dicho un piropo a las chicas? volvió a preguntar.
Y la respuesta fue negativa en cada pregunta que formulaba.
- Buenos amigos creo que ustedes han perdido la mitad de su vida, pues este pueblo está falto de amor, y sin amor no hay deseos de vivir, por eso “Flechas de Indios” es un pueblo muerto.
- Quieren que se los ayude a revivir? Preguntó en voz alta.
- Si, dijo uno; Claro hombre, dijo otro; Ajá, sería bueno, dijo otro; y así todos los hombres se fueron animando y sumando a la invitación de aquel desconocido.
El forastero comenzó a preparar su plan; reunió a los solteros por un lado y a los casados por otro. Mientras unos llevaban serenatas los otros llevaban ramos de flores, todos y cada uno de ellos debía hacer un acto de amor cada día.
El pueblo de “Fechas de Indios” pasó en pocos días, de ser un pueblo triste, a ser un pueblo alegre y muy amoroso.
Cuentan que el visitante una noche de luna salió del pueblo cantando; nada lo detuvo, ni siquiera los ruegos de los moradores de que contemplara la obra que había hecho con el pueblo; ni siquiera el contemplar la sonrisas de muchas jóvenes que se habían enamorado de él; ni la cara de agradecimiento de las mujeres casadas que lo miraban con respeto y admiración.
A pesar de todo el forastero se fue para nunca más regresar, aún así, el pueblo nunca volvió a ser como antes. Los moradores agradecidos hicieron una asamblea extraordinaria para cambiarle el nombre al pueblo en homenaje a aquel forastero que una vez llegó y había cambiado su forma de vivir.
- Le pondremos su nombre, será nuestro mayor homenaje
- Si, si, si, gritaban todos, ¡Estamos de acuerdo!
- ¿Cómo pondremos al pueblo?
- ¿ Cómo es el nombre de ese gran caballero?
Con tristeza comprobaron que nadie sabía su nombre. Ninguno de los habitantes se había preocupado por preguntárselo, así que el forastero salió del pueblo como un personaje anónimo.
- Bueno, prosiguió el hombre que presidía la asamblea, de todas maneras cambiaremos el nombre al pueblo.
- ¿Cómo lo llamaremos?, preguntaban todos a la vez
- Nuestro pueblo tiene por nombre”Flechas de Indios”, tal vez por eso era muy triste, y un poco rudo; ¿Se pueden imaginar ustedes un indio con una flecha? Sí, claro, decían algunos, mientras aseveraban: Ese nombre debemos cambiarlo.
- Se me ocurre un nombre, dijo el presidente de la asamblea, lo llamaremos “Flechas de Cupido”
- Sí, amigos, en lugar de “Flechas de Indios” lo llamaremos “Flechas de Cupido” y así daremos siempre la imagen de un pueblo amoroso.
Y así ocurrió, aquel pueblo siguió siendo el pueblo más alegre y amoroso de la tierra, porque como su nuevo nombre lo indicaba, allí Cupido había lanzado sus flechas, para cautivar el corazón de sus moradores para siempre.
FIN
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