Gloria Rivas

Acuarela

 

 

Unas puertas grandes de madera recia,

caserones viejos de paredes blancas,

jóvenes mujeres  de apariencia humilde,

sin rastros de  afeites, silenciosas

tiernas, unos pequeñines jugando en los

patios, unas gallinitas picando la arena,

las ordeñadoras llevando la leche en cántaros

grandes sobre sus cabezas.

 

Trapiches caseros extrayendo el jugo de la

Caña dulce. Un  olor a leña y el humo saliendo por

las chimeneas y huecos de techos

la niebla bajando del cielo a la tierra

esfumando  formas de gentes, de casas,

de árboles, de  matas.

La luz dibujando fantasmales sombras allá

a la distancia.

 Bombillas luchando con neblina espesa

Para iluminar las casas, las calles y a la plaza grande

con el dios gigante en medio de ella.

 

 Era la acuarela del pueblo ancestral, al cual se llegaba

después de pasar sinuosos  caminos, bordeados de árboles, 

de verdes montañas, de arroyos  de plata, de campos arados

de tierra preñada   de  hortalizas, frutas y olorosas  flores.

Había que andar, rodar y mirar  las verdes praderas  bordadas

Con  rosas, para al fin llegar al sagrado templo

al preciado lar, mirar y admirar espigadas matas

cuyas altas copas llegaban al cielo  trepadas  en los hombros

de sus blancos troncos.