Faeton

Cosmoagonía/Cósmosis

En un punto impreciso del eje de coordenadas donde confluyen espacio y tiempo
–quizá vivido antes y ahora repetido, quizá nunca antes vivido–,
el hombre desapareció como una mota de polvo en el camino,
como un trazo de tiza borrado por el tiempo y por las muchas manos que lo tocaron,
en una trayectoria paralela a la de cualquier otra forma de vida anterior y posterior
–finita por definición, imperfecta por añadidura–;
y desapareció con dolor, mas sin pena,
pues nadie lo sintió, y a nadie le importó.

 

A lo sumo,
puede que el espacio, en su imponente e inhóspita frialdad,
bostezara un adiós.

 

Y si alguna inteligencia nacida eones antes o después
–o existente en este mismo instante en un ignoto pliego del universo
a distancias que un humano no alcanzaría a medir–,
tuviera conciencia de ser y de estar,
jamás sabría lo que somos y fuimos.

 

Por capricho de la evolución,
y a diferencia de otras especies animales,
en un remoto eslabón de la cadena,
la selección natural se equivocó
al introducir en nuestro código genético inteligencia y conciencia,
sólo para que nos diéramos cuenta de nuestras muchas limitaciones,
limitaciones de entendimiento y de ser insignificantes y finitos
en un espacio inmenso donde no cabe la compasión.

 

No hay otro animal que pueda crear,
pero la sensibilidad es un arma de doble filo,
porque quien puede crear belleza, también puede destruirla,
así que la destrucción se nos impone como un impulso irresistible,
pues la vida conduce inexorablemente a la aniquilación.

 

¿Y qué hacer con la sensibilidad
cuando la sensibilidad es un préstamo no deseado,
un inútil accesorio y hasta un estorbo?

 

La poesía es un error,
como error es la música
–Erato y Euterpe son la misma cosa–;
una maravillosa perturbación
dentro de un orden prosaico;
pero así y todo, un error.

 

Y yo,
que no soy más que un átomo galvanizado en un mar de iones,
una voz inaudible en un coro de esclavos,
aún suplico por un Dios que enmiende este fatal error.

 

La vida es un azar de magnitudes cósmicas
donde la banca siempre gana.
El que quiera ir de farol,
procure que su apuesta no sea alta,
si no quiere quedarse con lo puesto y a la baja.

 

Los años pasarán,
la Tierra seguirá rotando sobre su eje hasta que el Sol diga basta,
la vida morirá y nacerá
–como siempre, como nunca–,
sí, incluso el hombre desaparecerá...

 

Pero en un minúsculo rincón de este universo,
entre nebulosas de historias de todas las épocas y edades,
siempre reverberará el eco de nuestro amor.

 

© Óscar Bartolomé Poy. Todos los derechos reservados.