Mirando las dolientes, cicatrices , que surcan,
La tez palida de Hecate, que inmutable calla.
La noche, dedica los guiñapos de su ser,
A honrar, la blanca piel, de la luna aciaga.
En tenue abrazo, que étero, apenas tangible;
Artemis, impasible y callada, a secas ignora.
Cual esclavo, que en inocuo sigilo,
Contempla, de su ama desnuda,
Aquella piel de incolora pureza.
Y con el alma inerme,
A mirarla, a los ojos renuncia;
Temiendo, que los propios,
Cual ventanas francas, desvelen
Su probo corazón, emancipado.
Y así,
Muriendo de dia y viviendo de noche,
El oscuro centinela, suspenso, renuncia,
Al anhelo falaz, de sanar, de su amada,
Las blancas cicatrices...