Con sus ojos fijos en la luna,
seducido por su brillo
en contacto con el frio cotidiano de la noche
cautivado por su insólita quietud
luego de vivir una secuencia de hechos incomprensibles,
de una dantesca experiencia pintarrajeada de negro,
de una retahíla de horas, minutos, segundos trágicos y absurdos,
siente el rezago del fugaz y drástico gobierno
de un miedo inverosímil
pero innegablemente justificable.
Montado en el tiempo de andar rápido e incansable
aparta de su lado sin pensarlo,
raudales de pensamientos agitados
cosas tangibles, ordinarias y superficiales.
Ofuscado, con la mano arropando sus cabellos,
maldice al viento despiadado
que con ferocidad ardiente
hace tambalear su figura desgarbada
y penetra sin permiso a su íntimo terreno,
mofándose de habilidad y poderío.
Inquieto, en el ocaso solitario,
aspira el aire de olores novedosos
y aturdido por el cansancio desmedido,
cubre su cuerpo con sueños inconclusos,
se adormece ignorando al abandono y al olvido,
lentamente se sumerge pleno en la incertidumbre del tiempo
y va surcando pasadizos extraños y tinieblas nefastas,
buscando fomentar las ansias
de estrechar vanas ausencias e imágenes distantes.
POR: ANA MARIA DELGADO P.