El Reo.
Pisa fuerte a cada paso, levanta el polvo del suelo sin apenas un consuelo que haga del calor relente, la mirada fija al frente con la rabia entre los dientes y el sudor como aguardiente.
Zancadas ya cansadas, cadenas arrastradas y sospechosas miradas a los flancos y a la espalda, calvario del solitario que huye culpado siendo inocente y que escapa presto y doliente con pasado futuro y presente, vacío como ausente y abandonado a la suerte, del que escapa inclemente.
El ayer ya es un olvido, la felicidad un mal recuerdo, sólo la ira a la espalda con pizcas de amargura y aunque sea muerte segura, prefiere intentar la fuga que abandonarse a la suerte, del que pena culpado sin saber cuál es su pecado.
La noche campa en el prado con traspuntes desvelados, un ojo abierto y otro cerrado, como dos personas en una, la que tira hacia la luna y la que te aboca al descanso, entre malos sueños un claro, que le hace recordar pasados en que su correr era un canto, sus miedos sólo buscados y la libertad un rango que jamás pidió adelantos por no haberlos pensado.
Mañana llegaré lejos, soñó al ver los reflejos de arbustos enmarañados y como un resorte en el cuerpo levantó y se lanzó presto a la carrera certera, consumiendo las pocas fuerzas que permitió su osamenta.
Un estruendo como un trueno fue lo último que escuchó, en los oídos aún retumba aquél disparo certero que segó el cuerpo entero de quién no se resigno, quedo tumbado de bruces donde yacen hoy las cruces, con su cuerpo inerte y roto, en el lugar hoy descansa el reo que dio servicio a que sin tener un juicio, cualquiera puede ser prenda de tan macabra prebenda y de tan triste suplicio.
Autor.- Rafael Rivas.