Quisiera gastar unos instantes de mi vida, para dedicar unos pensamientos a mis hijos, en cuyas
esperanzas he puesto todo el ardor de mis años mozos.
Reproducir no solo un instante de paz y felicidad, sino un macroespacio de luces, sonidos y perfumes.
¡Luces! A la velocidad infinita de nuestra dimensión.
¡Sonidos! De una gota de agua con toda su inmensidad, para diluir cada una de nuestras penas.
¡Perfumes! De este mundo sintético, basado en la reproducción exacta de la magnanimidad de
éste, nuestro Dios eterno.
Cuando se ha tenido la floreciente ecuanimidad de volver los ojos al pasado, al ritmo de un disco
antiguo, en cuyos acordes se reflejan instantes de éxtasis, mezclados con ese infinito placer de
recordar detalle a detalle una sonrisa, sin dogmas ni barreras. Saturada de satisfacción en cada
una de sus facetas, que solo en los iniciados en el amor es posible expresar y en cada uno de estos
detalles cobrar fuerzas para vencer obstáculos, conocer nuevos críos que vendrán a superar cada
uno de nuestros actos.
En cada uno de mis hijos, veo el esplendor superado de mis ideas. En el mayor, la perfección del
método; en el segundo, la inspiración en la personalidad; en la tercera, la esperanza de un nuevo
mundo, que los mantiene a todos en un ámbito de ilusiones; en el cuarto, el humanismo que nos
hará retornar a los grandes principios, dotados de ese gran amor a nuestros semejantes.
Y por último, en todos, la juvenil sonrisa con que se enfrentan a la vida en busca de lo
desconocido, de lo no descubierto, de esas nuevas metas que la humanidad ha creado, para evitar
la destrucción total de su estirpe. Deseo para los cuatro: la inspiración, caudal de fuerza interior; la
fortaleza, suprema divinidad que va en busca del movimiento continuo y la felicidad, supremo don de
filósofos, cuyo magnetismo está reflejado en esas reliquias antiguas de generaciones creadoras, que
supieron encontrar en las primeras horas de su vida, hasta el desaparecer sus minutos y en cuyas tumbas
existe el epíteto de los que vivieron como poetas, en éste su mundo frágil pero de inapreciable valor.
Esto lo tomo como punto de partida en esos largos caminos, de cada una de sus vidas y yo quisiera
que florecieran como la flor silvestre que en temporadas, cubre campos enteros, en tierras vírgenes
como es su mente.
Corregir sus caminos con la brújula del sentido común, es deseado por todos los
que como cada uno de nosotros en cada instante, no lo encontramos en la obscuridad de la tarde.
Y al llegar a la cúspide de nuestro camino, pensar como humanos y vivir empezando, con la sonrisa
y con la seguridad de ser el pequeño, pero infinitamente importante hombre de este Universo.
Y por el cuál, todos los músicos crearon hermosos compases que lo acompañarán, hasta el lugar
predestinado para su eterno descanso.
Pensamientos esbozados el 26 de julio de 1974 y corregidos en una tarde lluviosa de 1995, con una
inspiración de iniciados.
Dedicado a mis hijos Juan Manuel, César, Rodrigo, Evangelina y Eduardo.