A la deriva.
Cuando la madre la engendró,
pidió a dios fuerza para criarla,
y la tierra se unió al cielo para ayudarla,
y, cuando nació la niña tan bella,
la llamaron Vennus…
El padre esperaba un barón y no la aceptó,
y ella, criada en el corazón del vacío,
después de sufrir muchas ofensas,
alió su espíritu con la fuerza sin desmayo
y alcanzó la cúspide en su escalado
sin ayuda, dispuesta a apuntalar su sueño…
Cuando Vennus trabajaba en Enron
el mundo energético dio un vuelco,
y Vennus acabo a la deriva por Texas,
con sus posesiones más apreciadas en la mochila,
su cuchillo de mango blanco,
del mejor acero, con puño de marfil,
colgado de su cintura,
y su cuchillo de mango negro,
de acero empavonado y mango de ébano,
preparado en la bota izquierda,
y su anillo salomónico de dos triángulos cruzados,
siempre en el anular derecho…
Acompañada de paupérrimos ilustrados,
durmiendo bajo cualquier puente del Estado,
se entretenía debatiendo puntos de vista científicos
y los grandes secretos de Arthaphernes,
el .señor de los altos secretos,
célebre profesor de San Cipriano…
Y sonó la melodía de su celular…
Vennus fue convocada a una cita mundial
hecha por flash-mob con mucha adulación…
Cuando se acomodó en la calesa,
escuchando hablar el mandarín,
con estilo urbanita desheredado,
y mochila al hombro llena de delgatinas,
agarrando fuertemente a Milú,
y con un libro de Iam Gibson en la bolsa,
Vennus miró aquellos panfletos de las paredes,
que no entendía, manteniendo su sonrisa perenne.
Cuando llegase a su privado pandemónium
se vería entre un Augusto y un Clown,
sonriendo sin reír, con actitud conciliadora,
tragándose el placebo, sin jaima beduina,
con su rolex sin manecillas,
sin los Hari Krismas cerca,
habiéndolo visualizado todo
a través de un Flash-bak en media noche.
Cuando acabase su especial partida de ping-pong,
ella, que recuerda todas las palabras
de las Mil noches y una noche sin traducir,
ella, que recorrió cielo y tierra entre caprichos,
ella, la expresión perfecta de la belleza
símbolo de la atracción sexual,
la enloquecedora de hombres,
descansará por fin sosegada en su morada.
Cuando ya está cansada de pasiones,
odios y gozos, se sienta a la orilla del mar,
en su imaginado hogar de cristal,
tumbada sobre la redondez de una peña
bajo el manto de estrellas fugaces
aguantaba el empuje de la brisa
escuchando los cantos de las sirenas
que atropellaban los ecos de las olas;
inesperadamente sonó el rugir de un trueno
que oyó también el poeta.
Y terminada su dosis de espera,
entre cánticos nostálgicos y recuerdos,
que hicieron sangrar su corazón desnudo.
Se enfunda el neopreno en la orilla del mar
para acudir a la llamada de La parca,
y antes de lanzarse a la océano grita al viento,
¡¡Good-bye!!,
y suena la melodía de su celular,
que sólo escuchó el poeta…
CFL