Ya muerto, nunca sentiré la tarde,
la tarde que él me veraneaba al sol,
ni su beso baboso, de caracol,
como serpiente cuidadosa y madre.
Compadecido del tiempo, cobarde,
perezoso, en el nutrido de luz, farol
atrapado en el ocaso de su voz
de eléctrico tubo rudo que embate.
Muerto, hueco, monótono que duerme
Aquí, ya no espero, no pienso, yazgo.
Solamente hollado por él, inerme.
Ay, cama de siempre para el letargo,
sitio humedo de su llanto que enerve,
habitaré en su mejilla como rasgo.