El espíritu desmoronó de pronto sus últimos reflejos
se metió en su mortaja destruído, caído,
empezó a caminar sin máscara, sin saber por donde ir
volvió a ser piedra, se rebeló a vivir de nuevo en el infierno
Desnudo, solitario cruzó por una hoguera
se enfrentó a un destino que ya no era suyo
era solo brisa vespertina, temerosa de la noche.
Le reclamó a la vida tanto olvido, tanto llanto
y al hacer un recuento de los días de amor y su fragancia,
de los besos indelebles que dejaron huellas de sangre
en un amor encadenado al odio que rompió un horizonte
La soledad mantuvo su negro cielo, entretejiéndose en la piel;
aún destruído empezó a armar los pedazos de sí, levantó delgadas estatuas
de diamante, y con ellas decoró el cementerio de los vivos