Era como lo sedoso que aparentan ser las nubes,
Radiante, como la luz que reflejan las estrellas
Tan fresca como la rosa, cuando el rocío la cubre,
Tan hermosa, y tierna, y sin saber quién es ella…
Y sin embargo, alegro la mañana –así lo confieso-
Tan sólo con unos minutos de haberla contemplado
Destilando en su mirada la ternura de embeleso,
Y alimentando sin saber, mi sueño esperanzado.
Y así sin saber quién es ella, y sin embargo el placer
De haber mirado sus ojos, y percibir su fragancia
Que se quedo impregnada alegrando mi atardecer
Me deja lo dulce en el toque, de su fina elegancia…
No supe su nombre, y tal vez no sepa nada de ella
Aunque espero verla nuevamente –a eso aspiro-
Y saboreo la gloria, de haber visto a mi estrella
Que me alegro la mañana, robándome un suspiro…
Me quedo con su ternura, con el fulgor de su mirada
Con la inocencia presentada y con su alma tan bella
Por ello poco importa, verla tan sólo una mañana
Aun quedándome la duda, de no saber quién es ella…
Y sigo mi día, recordando lo dulce que fue la mañana
Vociferando nombres para encontrar a esa dama bella,
Con el auguro incierto que al destino venga en gana
Soportando lo terrible, de no saber quién es mí estrella…
Pero estoy seguro, volver a verla, Dios sabrá cuando
Y al fin a mi estrella, la llamaré por su nombre
Rosando sus manos, al acercarme sin medir que tanto
Y entenderá que es ella, a quién buscaba este hombre.
Arturo Domínguez. –Derechos Reservados-