Te fuí forjando como la mejor obra de escultura,
definiendo con gran delicadeza cada rasgo,
cada detalle por más mínimo e insignificante.
Con mis manos trémulas y delicadas,
te fuí transformando,
de ése barro tan sencillo en un altar de arte.
Con gran maestría forjé la delicadeza de las nubes,
la esencia del perfume de las flores,
inyectando la majestuosidad de las montañas
y el ímpetu de los volcanes
en grandes fumarolas de ébano que se fundió en un ocre.
Con pinceladas de oro y matizado con la ternura,
de las lágrimas amorosas de los ojos enamorados.
Con la suavidad de la tersura virginal de la seda,
entrelazándose entre marañas tejidas,
por la gran maestría de las arañas.
Así se fué transformando cada célula plasmada,
en ésa gran escultura,
que entre el paraíso inverosímil
de mis años fué resurgiendo,
a través de mis sentidos
a veces ingenuos otros perversos.
Ah! Qué majestuosidad contemplan mis ojos,
azorados ante hermoso arte plasmado,
con el suspiro del viento y la fiereza de la jungla colorida.
Invadida con tallos majestuosos,
de la naturaleza misma;
única y brillante se impone,
sonrojado y palidecido el astro sol,
ante el resplandor de la escultura.
¡Nada escapó! Se plasmó con gran osadía. Se dió vida!.