Una noche previa a los reyes,
aquellos apóstoles del desierto
que marcados por la estrella
de Belén...
cruzaron los caminos hacia
el hijo de Dios,
comenzó,
así un adiós inesperado
en mi interior,
mientras incrédulo y dormido
viajaba a la esperanza de haber soñado
aquel llamado...
de Mamá.
Frió como el hielo de un invierno
que lejos estaba de comenzar,
no reaccionaba de la triste realidad
debatiendo el corazón
por no saber como actuar,
pénse una vez más...
nada nos puede lastimar,
aunque Dios me llenara de señales...
la despedida estaba a punto de realizar.
Amanecí como un día más...
la responsabilidad que me inculcaste
la sabía realizar...
pero a tan solo un paso de haberme
visto entrar,
Mamá me volvio a la realidad...
seguías siendo una triste verdad,
corrí deprisa...
casi aún sin respirar,
y sin siquiera dar vuelta atrás...
pude sin saberlo llevarme conmigo
tú visto bueno...
tu mano derecha en alto
mi único consuelo...
La noticia más dolorosa
lleno en un instante mi cuerpo,
no sabía si llorar o salir corriendo...
viajaba sin saber hacia donde,
aunque escuchar en mi interior
tu voz de calma,
tu clamor por no aflojar,
mi hizo fuerte aún sin saberlo...
Llore a mi manera...
aunque nadie supiera que lo hice,
aunque hasta yo no me haya dado cuenta de hacerlo...
cuide mis fuerzas para todos aquellos
que me necesitaron.
Y aunque no importara si yo me cuidara,
mi dolor no fue el mismo...
pero aunque hoy estés ausente en el resto
de mi días...
se que me acompañas a cada paso,
te siento mucho más cerca de mí
que en toda mi vida...
Y aunque no recuerdo si alguna vez
te lo dije:
Hoy te quiero... Papá.