Al concluir el penetrante día de otoño
dolorida observo borrarse el horizonte pintoresco,
me abruma que se aproximen las tinieblas
porque será menester ahogar mi soledad
en su hálito helado.
Ante la cercana noche mi boca tiembla,
como tembló el sol hace poco
al ocultarse entre corpulentas colinas.
Agito las manos entre la brisa,
buscando en la nada lo inexistente
y cansadas de vagar sin poder tocar o sentir,
se posan sobre mi cabeza alborotada
y halan fuerte la maraña espesa
alisando en segundos miles de finos hilos,
al tiempo que aparecen sendos hoyos de angustia
en mi rostro adornado de profundos pliegues.
Me consterna el espectáculo siniestro
de la noche ineludible,
me intimida su armonía, su paz y su silencio
….tan eternos, extraños, insondables y tristes.
Armonía, paz y silencio nocturnos,
eternos,
como los aturdidos momentos
de la hermosa y diminuta ave roja
que el incoloro viento arrastra
en una carrera desembocada, sin razón y sin meta.
Armonía, paz y silencio nocturnos,
extraños,
como tus pensamientos geniales,
anidados en tus quimeras estables.
Armonía, paz y silencio nocturnos
insondables,
como tu renuente corazón cuando me odias,
como los secretos grandiosos
pronunciados por tus labios sellados.
Armonía, paz y silencio nocturnos,
tristes,
como árbol seco y sin ramas
y manojo de flores fragiles
devastadas por el excesivo abrazo
de la tormenta ávida y frenética.
Armonía, paz y silencio nocturnos,
eternos, extraños, insondables y tristes,
como mi humanidad en su quietud usual,
penando en el rincón apartado del juego,
sollozando por las ausencias cercanas y lejanas,
tratando de alcanzar el mañana esquivo,
deseando emocionada, esperanzada,
degustar curativas pocimas
de tus manos diestras y limpias.
POR:ANA MARIA DELGADO P.