Es la madrugada. A pesar del cansancio, no puedo escaparme en un dulce y reparador sueño. Como si viera una película retrospectiva de mi vida, se suceden momentos del ayer.
Recuerdo la niñez de mis hijos, la felicidad se me desparramaba por el cuerpo, exhaltaba mi espíritu. Sólo sentir sus manitos tan tibias agarrando mis dedos, bastaba para sentirme dueña del mundo.
Alzarlos en mis brazos sentirlos en mi regazo, jugar con ellos en la arena o armar trenes con las sillas de madera repitiendo el "chus chus" de la locomotora y subiéndolos a un viaje imaginario.
Sólo eso colmaba mi alma. No hacía falta más.
Los días brillaban, las flores el cielo la luna las estrellas, todo se veía más bello.
Cuando crecieron la casa era una algarabía, poblada de voces y figuras que traían la frescura, la alegría adolescente.
Sí, la casa se llenaba de chicos y chicas que reían jugaban a acercarse para sentir la primavera en sus vidas.
Busco al niño ese niño y ese joven que me abrazaba tan cariñosamente, y de pronto me sorprendía con sus palabras tan sensatas y profundas.
¿Dónde estás Juan Francisco? - Parece que partiste a un país sin nombre, sin tierra. Se perdió nuestra sintonía.
¿Cuánto hace que tus ojos no se cruzan con los míos, que tu voz no proclama "mamá"?
¿Cuántas navidades y años nuevo pasaron desde que la ira te exilió el alma del hogar? - Perdiste el rumbo hacia la huella de papá y mamá.
Cómo duele esa ausencia, siento un peso en el pecho. Apretada está el alma, se me inundan los ojos y rebalsan hilos de agua, recorriendo mi rostro como arroyos huyendo hacia el mar.
Una taza de leche tibia le hará bien a mis sentidos. Mientras bebo, me asomo a la ventana, el viento parece entonar la voz de un Dios enojado, sacude violento el follaje de los pinos, silbando atraviesa el paisaje oscuro.
¿Será que quiere llevarse muy lejos mis penas?
Alí me acompaña también desvelado. El siente seguramente el tic tac de mis latidos.
Alí, mi ángel de cuatro patas que se acomoda a mi lado. Él me dice a su manera que soy lo más importante en su vida, reparte cariño por todos lados, la ternura le sale por los poros.
Intento leer alguna poesía y me sumerjo en un mar de versos palabras cargadas de sentimientos, imágenes.
Vuelvo a encontrarme con aquél gurrumín de flequillos dorados lo alzo en mis brazos y le canto una canción de cuna.
Ahora sí, mi alma se aliviana, vuela.
Regreso a la alcoba, me envuelvo buscando asilo entre las sábanas. Mientras me acurruco en tu hombro buscando el calor de tu piel, me abrazo a vos, para subirme a la barca de Eros.
Me siento más plena, rozando apenas tu cuerpo.
Somos dos corazones sedientos de amor. Juntos abrigamos nuestro ser.
En cada abrazo nuestro, nos elevamos, dejando dolores volvemos a ser aquellos jóvenes estudiantes enamorados.
Vencida navego contigo entre mares de sueños.
Nos aguarda un nuevo amanecer.
Elida Isabel Gimenez Toscanini