…y El Sabio, en su laboratorio de Genética
- con una sonrisa diabólica, con rencor –
mezcló una lágrima suya de amor
con un óvulo que escogió al azar
entre víctimas de la violencia familiar.
Además, una rara materia sintética.
Sacó de ello, una copia del Eros travieso,
un niño con alas y rizos, cachetudo, sonrosado
pero donde aquel no teñía seso
a éste le puso toda la razón de un físico premiado.
Y El Sabio clamaba: “¡Juicio!”- pues ese fue el nombre
con que bautizó su creación –
tu serás desde ahora entre los hombres
quien distribuya el Amor!”.
Rápidamente desaparecieron la mitad de los amores mal correspondidos.
La mitad de los amores imposibles, contranatura, prohibidos.
La mitad de los amores ciegos.
La mitad de los amores de viejos.
Y hubo menos suicidios,
menos divorcios, menos hijos naturales,
menos accidentes laborales
por descuidos.
Y menos crímenes pasionales
porque hubo menos gente celosa, menos gente engañada
menos agresiones sexuales
menos onanistas, menos mirones, menos adolescentes deslumbradas.
Y también menos poetas y canciones
menos compradores de flores
menos novelistas, menos viajeros, menos inventores
menos feligreses con sus oraciones.
Y, a la postre, El Sabio logró el consentimiento de su amada
vio que sus cabellos no eran como el oro, ni como el mar sus ojos, ni su piel nacarada
ni su risa como cascabeles, ni su andar como el de la brisa
ni gracioso como un animalito tierno sino plano su pecho.
Entonces, musitó amargamente: “¡Dios mío! ¿Qué he hecho?”.