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Duelo y muerte o el sortilegio que da fortuna

 

Por ser romántico quiero entenderla,

sin apresar fulminante guadaña.

Giro mi rostro; no deseo verla;

como fortuna perra y nefasta,

que siega, cruel, el vuelo del mañana.

 

 

 

   ***   ***

 

Somos; tanto final interminable

como elocuente preludio.

Forcejeo vital,

potencia elemental,

el porque concienzudo,

y, el epílogo;

polifacético e indescriptible.

 

 

Sucesivamente

solos perecemos,

para así conocernos, de manera total,

al revivir, apareándonos,

junto a otros novedosos principios.

 

 

Somos: su fruto;

de su olivo surgimos.

Somos: su lava;

por su gran magnetismo acudimos,

por su fogosa vigencia pervivimos.

 

 

Perduramos constantes

soliviantando formas.

Tintamos indelebles,

siendo, la vida;

maleable manuscrito.

 

 

Ella es un anciano árbol,

de tronco extenso y recio,

dando al peregrinaje,

necesario cobijo.

De ella descendemos,

hacia ella vamos

y de ella venimos.

 

 

Ella es imán,

nosotros, en sus manos,

ligero boomerang.

Cual escoge de espacios diversos;

su mana: jugos recién exprimidos.

 

 

Ella es cordial,

-con sus hábiles nudos-

empalma, de unos y otros, los trozos.

Trenza tras nudo, construye.

 

 

Nos ampara y recoge cuando rotos,

cuando desamparados y faltos de máscara,

yacemos sin equipaje,

sin posibles subterfugios.

 

 

   ***   ***

 

Seguro, como todos, andaré,

a lomos, siendo jinete,

de un corcel imparable,

que cabalga indomable; y ágil trota,

asiduamente incansable,

sobre la

                    transmutación.

 

 

Hoy decido; dejarla de sentir inhóspita,

ya dejar de vestirla de Oscuro,

olvidar de observarla penosa y silente.

 

 

Seguro, como todos, pasaré,

a ser caído nombre del pasado,

una pieza oxidada,

que chirría gastada.

Aquella, que una buena tarde,

motores y el pan de otras gentes;

deshaciéndose aceitaría.

 

 

A qué se debe avistar en la muerte,

por qué entender ese tránsito,

como un sobrio final; duro y carente,

de frescos aromas limpios,

de oxigenantes respiros,

cuales añaden el tacto agradable

a visitantes presentes.

 

 

Por qué preferir contener

en ese paso; candado y cierre.

En ese ineludible paso,

la expiración concluyente;

 

 

cuando por sus poros transpira,

la mayor de las suertes:

la valiosa caducidad,

tanto de la virtual felicidad;

como de las dolorosas amarguras.

 

 

Por qué no pensar que la muerte

es la perfecta sutura,

puerta al enlace que invita,

y acertando aquello que corresponde,

resta hasta aprovechar, el rastro de Ayeres.

 

 

318-omu G.S. (Bcn-2012)