Tantos años, tantas almas.
Tantos dedos y miradas contradiciendo lo que sufría aquél joven de ayer.
El sufría por su ausencia,
hasta su mirada perdida gritaban su inocencia.
Nadie lo juzgó, solo se culpó.
Nadie sonrió, solo se ignoró su pudor y su redención hacia el señor.
Quizás era amargo, quizás estaba listo hacia la condena de aquella familia que lo adoptaría para pagar una faena.
¡Oh pobre! ¡oh triste joven!
¿Qué le depará en esa silla?
¿Qué le depará en esa vida?
Sólo se salvó, solo se colgó.
Nadie sonrió, solo se ignoró.
Un triste llanto al fondo,
una lágrima fingida,
una alegría perdida con esa vil mentira.