Junior Rafael Velazquez Leon

Y sentí envidia.


Ciertamente tengo que confesarlo, sentí un poco de envidia de aquel
quien vivo mis imposibles.

Pero Aquello no era una envidia que mataba y tampoco corrompía. Era una
envidia diminuta, pequeña, y se hacía casi sana... cuando entre las
gráficas de la súper nube veía su corazón casi cantando y un pronunciado
jubilo en su rostro. Y ello era suficiente para sentir un poco de dicha,
porque mi alma se regocijaba en su alegría, y parte de su alegría
también se hacía mía.