Si así lo has decidido, está bien.
A partir de ahora el único camino
que jóvenes forjamos con inmenso cariño,
se divide en dos; tú, por aquí; yo, por allá.
Algunas penas, algunas perlas caerán
por el dolor y esta pérdida real, irreparable.
Cierto, no vinimos juntos; nuestros cauces
se unieron al empezar el estío
y éste, ahora, a nuestros años, está por acabar.
Nuestro río creció con nuestro niño,
¿qué será de él? ¿qué será?
¿qué fuentes ahora le saciarán?
A veces más pensamos en nosotros;
en nuestras pasiones y deleites alzamos el vuelo
sin medir los sinsabores que afectan para siempre
la inocencia y el candor de la niñez.
Yo, por mi parte, te prometo, no abandonaré;
cumpliré como hombre; sin embargo,
la sed de su alma por la ausencia de su padre
no sé si colmaré. ¡Ábreme tus fuentes, Padre,
para ver!
Adiós, recodo del camino; adiós, esporádico nido;
cuna de mis sueños, pesar de mis anhelos,
inevitable desconsuelo, te digo, adiós.
Pero, ven tú, ven pequeñuelo, vida de mi vida,
no me mires ya con esos tristes ojuelos;
yo te prometo como jura Dios ante sí mismo,
en su inmaculado y glorioso altar; que nunca jamás,
yo nunca, sangre de mi sangre, nunca te abandonaré.