En el campo para aquella época de los años cincuenta, era una ilusión pensar en luz eléctrica, es más, ni siquiera se sabía que la electricidad existía.
Era común que a los niños los mandaran a la cama apenas oscurecía, pero antes, el abuelo o abuela, los invitaban a sentarse en una especie de corredor que solían tener las casas, para contarle historias que no eran precisamente las más cónsonas para después irse a dormir, porque casi siempre estas se referían a cuentos de aparecidos, la llorona, el silbón, el hombre sin cabeza y otras tantas que se inventaban ellos.
La que nunca faltaba y la dejaban como epílogo, era la de una viuda acaudalada, que iba todos los días al cementerio, a llevarle la comida y ropa limpia a su difunto esposo, y también a contarle todo lo que había pasado en el pueblo, en este ritual la viuda pasaba largas horas, luego vencida por el cansancio, se quedaba sumida en un profundo sueño abrazada a la fría lápida.
El final de esta historia decía, que todo aquel que pasaba frente al cementerio, no debía ni siquiera hacer el intento de mirar dentro del camposanto, pues si llegaba a ver a la viuda acostada con el difunto, era probable que este se lo llevara con él.
Esta fábula era contada de una manera tan creíble, que los niños se quedaban aterrorizados, y cuando por fin lograban conciliar el sueño, tenían horribles pesadillas donde se veían atrapados por aquellos espantos. Los niños en su blanca inocencia pensaban, que todo lo que sus abuelos les contaban era realidad.
Nota del autor: Es probable que debido a estas historias de terror, muchos adultos tengan la necesidad de visitar a un Sicólogo, para manejar los miedos infundidos en la infancia.
María B Núñez