Yo que decía
no tener esperanzas en nada,
de repente me despierto un día
y me descubro fingidor de pacotilla.
Me clavo la mirada frente al espejo
y me digo 2 o 3 groserías,
no tan fuertes,
pues no me desprecio tanto
como para matar la esperanza
de autoreconciliarme un día.
¡Y es que tan sólo hoy
me he enumerado tantas esperanzas
que podría llenar uno de esos
pergaminos infinitos de las caricaturas!
Por ejemplo,
a pesar de que disfruto
de mi sola compañía,
apenas compré unos naipes
con la esperanza
de que los amigos me visiten
y traigan consigo una de esas
dotaciones de alegría.
La verdad es que
no estoy tan muerto como creía.
Mi corazón aún bombea arrepentimiento
cada que lo que hago a alguien lastima,
con la esperanza de que en algún momento,
antes de, ahora sí, muerto,
o no lastime
o de a tiro mejor no haga.
Y así me sigo con una y otra...
Como aquella terca de
poder terminar de conocerme un día
pues ya tiene mucho que me presentaron
con mi, y su, servidor.
O aquella otra de entender mis actos
y mis des-actos
en el acto o en el des-acto,
según corresponda.
Y otra y otra...
Como aquella corriente
de no vomitar en casa ajena
cuando me paso de copas.
(Maldita sea mi suerte,
que casi siempre me pela los dientes)
O la de no dormirme en mis laureles
ni en los de nadie más,
a pesar de lo difícil que sea,
porque si algo abunda
son los malditos laureles
y mis benditas ganas de dormirme.
Y ya pa' rematar,
aquella esperanza,
que, en realidad, es una certeza,
gracias a Dios (aunque él si sea una esperanza),
de encontrarme muerto un día,
pues no me veo batallando eternamente
con esta lista infinita.
JCEM