El tiempo reclama ya
Lo que me niego a aceptar,
La luz del olvido inicia,
Su camino hacia el presente
Aunque el pasado se niegue,
Sabe que tiene que aceptar,
Que es alcanzado por el destino,
Pretendiendo, causarle muerte…
Y aparece mi sendero
Tristemente en el hastío,
Con su séquito de sombras
-Firmemente lúgubres-
Con un furor embravecido,
Dejándome en la zozobra,
Lleno de tintes fúnebres…
Sin embargo pasa y pasa
Irreverente y en toda quietud,
Sin que nadie se atreva siquiera,
A objetar, lo que nadie disfraza,
La pasión pasajera de un hombre;
Que el destino vierte en su ataúd…
Y pasará el cortejo –sin evitarlo-
Iniciando su camino, yendo
A la inminente sepultura,
Y creyendo, el soez destino,
Obtener una estrépita victoria,
Misma que se le ira diluyendo
Cuando vea renaciendo,
A la pasión, de su atadura…
Y estando así, al borde de su muerte
-Venciendo sin reparo la congoja-
Renace y vive, siendo aun más fuerte,
Fuerte como el viento, que sin reparo,
En otoño, recoge del árbol, hoja por hoja…
Y pasando grácil y encantadora
Vuelvo a ver a la estrella,
Que iluminó la mañana piadosa,
Mostrando, su estampa más bella…
Y dando vida de nuevo,
A mi obstinada pasión,
Ardiendo, con más denuedo
-Y con flagrante rencor-
Buscándote, con mucho celo;
Como las flores, buscan al sol…
Arturo Domínguez. –Derechos Reservados-