le mita

Amor gastronĂ²mico

Después de lavarse las manos

Pastor sentose a la mesa:

En una fuente frunciente

 picadito de carne humeando caliente;

en otra sonriente

mandioca, con el mismo vapor acalorado,

el pan estaba recién salido del horno,

como dicen los que ligan en el lomo.

Ña Albina estaba rescindiendo  emperejilar tortillas

poniendo sobre las otras ya fritas;

seguía el chîchârô, cuajado en néctar

aunque ahora se le adjuntó jamón,

parentela que no se va;

sopa paraguaya y jugo de pomelo.

este alcahuete y el otro “jorador”.

Algo que parecía una tarta de verduras,

una “gurka” tapada en tela

Sobre un limpio mantel blanco novia.

 

Pastor se sienta a la meza

a esperar  y  observar,

pasada la alborada

llega el sol en su cenit.

 

Todo lo de la mañana estaba,

en un tercer plano, pero estaban.

El primer plato que odia

ser la reina del medio día

sin duda era el puchero,

que vapor bajo la olla;

es arrogante y espeso;

 

–Ña Albina sin duda sabía lo que hacía-

 

El guiso de arroz ya se había enfriado

pero seguía sin dormir.

La ensalada, del dúo lechuga y tomate,

fiel compañera del puchero,

estaba fresca con visitas foráneas.

El pan, la mandioca, la sopa paraguaya

competían por ser el “tyra” del mediodía,

los tres ya estaban corriendo desde el desayuno,

ya se les notaba cansancio

pero no rendimiento.

 

Los invitados de siempre,

chanchito engorroso,

carne vacuno

de toro ex,

estos del pasto a Pastor

y para llenar la nutrición

un Padrenuestro,

fiel a su estilo.

 

El agua, el jugo, el café caliente,

estaban desfilando impaciente,

en ese orden creciente,

pues menester inconcebible

para ser los líquidos de la cuestión.

¿Postres?

Esperando están  su turno.