Bajo la sombra de un árbol, un hombre estaba llorando,
Y entre su mano apretando una copa con un trago,
Los que pasaban miraban y hasta muchos se reían.
Pero la queja del hombre, él tan solo la sabía.
Miraba la copa atento comentando unas palabras,
Que para unos tontas, pero para él muy sabías;
Pues su triste alocución no era cosa de su boca,
Era de su corazón, un lamento, una congoja.
El hombre seguía llorando, pues también los hombres lloran,
Mucho más si se ha perdido a una mujer amada,
Y esa sin duda alguna era la pena del hombre,
Que a cada rato decía, nunca podré olvidarla.
Un amigo se acercó y dándole una palmada,
Le dijo: ¡Hombre qué pasa! Olvida ya a esa mujer,
Si se fue, nunca te quiso, no hieras tu corazón;
Y guárdalo para otro, que resultará mejor!
“Gracias por tu consejo el borracho contestó,
No sabes que yo la amé con alma, vida y corazón:
Mas que yo le preguntaba si algún día me olvidaría,
Y ella me aseguraba que su amor era por vida.
Ja, ja, ja, el amigo se rió “Y tú le creíste eso, que vaga fue tu ilusión,
Mientras tú de amor te mueres, de seguro que ya ella de otro se enamoró,
Vamos, déjate ya de querellas que igualito me pasó,
Vamos a darnos un trago y brindemos por las dos,
Para que Dios las proteja y no les pase peor.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita