Sé que surgí de los muros perennes de la carne;
mas nunca supe cómo caí en la Tierra,
cómo es que no aterrice en un plano paralelo,
o en el cuerpo sin dudas de algún virus.
Sin embargo
tengo la certeza de que ser humano es vivir de duelo,
ser humano es reír pedazo por pedazo,
es continuar por una línea inexacta, misteriosa:
un secreto agujero
donde nunca, pero nunca… nace nada.
(Ay de mis segundos que vendrán en unos años,
ay del tiempo que no duerme en mis entrañas,
ay de mi silencio que despierta en madrugadas,
ay de mis poemas que se disipan y se callan).
¿Encontraré los caminos perdidos de los muertos, de aquellos seres que vivieron como piedras,
que respiraron como arena,
que tuvieron la esperanza de la espina,
que arrancaron los pulmones de su arte?
¿Los hallaré acaso recostados en la hierba,
mientras cantan a voz viva coplas y juglares,
o me toparé con sus espíritus morados e insalubres?
¿Los reconoceré acaso por ser como los árboles
que desde su nacimiento
pierden la esperanza de moverse?
Pues seguramente esa es la prieta imagen.
Ya habrá que dormir, habrá que nadar en un charco de símbolos rojos
y ojos
que se cubren apropósito
por miedo al miedo.
Ya habrá que dormir
y quedarse con la incertidumbre que lastima el pecho
que destruye el sueño.
Ya habrá que huir de la “conciencia”
que demolerse como el verso final
de Baudelaire.
Ya es necesario hablar
antes
de que el final
se manifieste tal cual es:
tupido, nebuloso
ardiente, despiadado,
y lo peor de sus efectos:
que no sepas el porqué.