Si se detiene uno y se sienta a un lado de la existencia
en algún rincón concurrido y bullicioso de la gran ciudad
procurando nada más que el olfato (fisgona nariz bendita)
no perciba de humos ni de nauseas o distraídos aromas
de ruedas, plásticos y una que otra de infinitas cosas
que tan solo adornan la naturaleza grisácea, y trémula
del concreto, el asfalto, las cortinas y la inmensa acera,
si se detiene uno y se centra en mirar las gentes caminar,
todas las gentes, los de paso corto o los de pierna larga,
todas las gentes, los de paso rápido, o los lento andar,
todas, incluso los de silla, o los de tres o más piernas,
los que cojean, los que corren o los que siempre brincan,
los de paso fino y cómodo, los descalzos o los de media rota,
los de paso blanco, negro, amarillo, o el de la mulata,
si se detiene uno y se sienta a un lado de la existencia
en algún rincón concurrido y bullicioso de la gran ciudad
se hace fácil descubrir que todos los pasos se asemejan
ya sean los de él, doña Juana, aquel fulano o los de ella...
(Lo único que los distingue es el sentir del alma,
que se refleja en las facciones de cada rostro).
Es el paso, expresión del alma, de la vida humana.