Ya no es ella a quien veo. Ya no es aquella persona por la que ansiaba escuchar su voz o sus fantásticos relatos, causantes natos de la más pura sonrisa que su faz pudiese manifestar. El singular tono de alegría, con el cual se dirigía hacia mi persona, paulatinamente se ha transformado en monotonía; un tono forjado más por la distancia que por el tiempo.
Recuerdo los minutos que se hacían horas al esperar para hablarle, la sensación de sentir latir todo mi cuerpo, la felicidad que emanaba de mi corazón y se proyectaba en mi rostro, con tan sólo escuchar su nombre. Ahora cargo con este pesar, esta depresión que doblaría hasta el más sólido acero. Esta nostalgia que se ha apoderado de mi mente y que ha hecho de mi vacío un baúl de los más bellos recuerdos. Recuerdos bajo cerrojo, cuya llave no puedo obtener más que al encararla físicamente. Pero no es de ella a quien me refiero, no a ese ser de irreconocible personalidad y de escaso tema conversacional en la que se ha convertido. No la que hablarle un día o no me es indiferente. Me refiero a la que el hablarle día tras día era, lo que a simple vista una rutina pareciese, una necesidad que brotaba desde lo profundo de mi ser. Una sensación inexplicable cuando sus palabras penetraban mi interior, resonaban por todo mi cuerpo y desencadenaban un sin fin de incomprensibles sentimientos, para aquellos que nunca el amor ha tocado. Hablo de aquella, que empapada en llanto juró me esperaría, que estaría conmigo ante toda situación sinónima de adversidad, que sería mi luz en esta tangible oscuridad en la que me he inmergido voluntariamente y la cual me separa miles de kilómetros de su calor.
Pues aquella, ha entrado en un coma de tiempo indefinido. Tengo esperanza que despierte del profundo sueño en el que se halla, a mi tardío regreso. Mientras tanto, me tengo que conformar con la usurpadora esencia que se ha adueñado de su cuerpo, porque si bien no es bienvenida en mi vida, es ella quien mantiene viva la ilusión de poder ver a su verdadero yo despertar frente a mis ojos.
Recuerdo los minutos que se hacían horas al esperar para hablarle. Hoy en día aparenta ser aquella, pero la verdad es que a mi parecer y sentir no es más que un alter ego que ha engendrado para sobrellevar esta dolorosa distancia.
César Menchaca Luna