Cuentan o dicen o hablan
que un niño encontró el mar,
su asombro fue tan grande
frente al inmenso estanque
que lo anheló tocar.
Una muralla de rocas
asentada en la orilla,
acabó con su alegría.
¡El niño se puso a llorar!
El duende de las rocas
cabizbajo y fortachón,
afligido al ver al niño
un hechizo conjuró.
Cada lágrima derramada
deshacía la enorme piedra
y como triturada, molida,
se fue formando la arena.