Permanecí dormido...,
alejado del mundo-
encerrado
dentro
de
la
madera
de entre el abrigo de un papel doblado
dormido entre palabras agonizantes
permanecí arrestado por el tiempo
secretamente oculto de la vida
a látigos de cenizas en mi cuerpo
entre un mar amargo -de vinagre-
permanecí oculto de la muerte,
permanecí en la permanencia
de olvidar la luz, olvidarme
oculto en la noche,
de entre las sombras-
encerrado en el mensaje
ahogado
en la nota
de un destino
sin el paladar de una boca ausente,
me permanecí, me permanecieron...
Me castigaron...,
y torpemente me asesinaron...,
y... desperté, a látigos de una espalda quebrada
sentí la abertura en la carne, un dolor ciego
apretando las vértebras de un cielo efímero
ya cuando no siento
ni lágrimas,
ni mi cuerpo
ya cuando he perdido
toda lógica de...,
un Dios incierto...,
en tumbas metálicas-
donde el óxido
fecunda la ácida forma
de compadecer
líquidamente
en la muerte del cristal,
-y todos mueren-
cambian todos-
y-
c
a
m
b
i
a
l
a
v
i
d
a
en la muerte cambia
dejando sus huellas-
en la inmensidad de un lamento
arraigado en el exilio de un ave
en el sentimiento de un sueño
ya cuando
la herida
de su espalda
no sabe de oxigeno ni del viento
no sabe del cielo,
ni del papel amarillento
de una ciudad latiendo helio
donde lo ve- adolorido
por sus
recuerdos
en la retina
de un mar
exigiendo
aves- perdidas
en la herida
de un océano
tajante
en el
combustible
de hacer volar sus peces
en metáforas sin cuerpo,
donde el cielo es el mar
y el mar el cielo...
Y... allí sintiendo sus alas, tocar el cielo -sus manos-
sentir la brisa de la tierra herida,
el mar quitándole la vida,
el cielo ahogando sus pedazos de libertad
arrancando sus brazos,
en un vuelo acallado con una caída inevitable
al sentir alas en sus dedos
untándose en la sangre
cuando ya siente sus alas volar
sobre el pavimento metálico
entre lágrimas de una noche amarga de pétalos,
cruzando manos desde la madera
hasta el origen de los árboles inválidos-
el sonido tibio-gélido de bocas arrestadas por el tiempo
apretados en el pecho, sombras quebrándose,
ahogadas..., en el mar,
de un cielo vomitando ácido
de entre el cuerpo
encerrado en un papel,
dentro de la madera de un árbol viejo,
mirando
a través
del cristal
el cielo llorando
como lloran manos
apretadas en su vuelo
en la caída
de la realidad
a la lógica-
cuando llevan el féretro-
en los confines
adoloridos
de un ojo visor-
sintiendo sus manos
atrapar
el
cielo
ya cuando sus alas
deciden volar
más allá de un sentimiento
encerrado en una carta
permaneciendo..., despertando y..., muriendo...
Joel Parra...
Septiembre, 2012...
Ciudad Gris...