La soledad y Dios
Creció la soledad como las ostras,
perlas blancas que nadie disfrutaba,
allá en lo oscuro el mar ni las besaba,
y algún ahogado sólo halló sus costras.
Creció por la ciudad, cual las mangostas
que todo devoraron tras su aldaba,
alguno incluso se ofreció sin traba
a aquel banquete de sueños y bostas.
Creció en la multitud, bancos y postas
llenáronse de heridos que dejaba,
las calles se volvieron más angostas.
Y tanto que ninguno ya esperaba,
así la soledad amplió sus costas,
a Dios yo le avisé, pero no estaba.
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