ALVARO J. MARQUEZ
AMORES DE ESCLAVOS. CapĂtulos 9 y 10
“Horror en la hacienda de los Sousa”. Capítulo 9
Amanece en casa de los Sousa y hay expectativa,
angustia entre los sirvientes que sienten miedo.
Un poste de castigo clavado afuera los motiva,
puesto allí por el excapataz del Barón Macedo.
Nunca antes en esa casa se vio nada parecido,
se asoman todos a ver lo que está sucediendo.
En el otro plano el coronel muy conmovido,
llora incontenible por lo que está viendo.
En la casa esperan Doña Luisa y su hijo Alberto,
el corazón a ambos les late aceleradamente,
el tío Juan ya tiene el portón de su casa abierto
y ve el miedo reflejado en la cara de la gente.
Romualdo en su casa desde su encierro forzado
también observa y tiene malos presentimientos,
allá en su hacienda el Barón con nervios afectado
espera noticias de los próximos acontecimientos.
Hace Juvencio en el patio de la casa su aparición,
con el temible látigo a un lado de la cintura,
es increíble toda la angustia y la desolación
que puede provocar aquella funesta figura.
“Los quiero a todos fuera de sus casas, todos afuera,
-habla Juvencio- nadie ose interrumpirme y no les irá mal,
guarden silencio que la desobediencia me desespera
y tráiganme aquí de inmediato al negro Juvenal”.
De entre la muchedumbre salió Juvenal asustado
con su mirada llena de muchas interrogaciones.
“Ven acá muchacho -dice Juvencio- párate a mi lado,
lo que haré contigo fue ordenado por los patrones”.
Una vez a su lado lo mandó a quitarse la camisa,
entre los presentes miradas y rumores vienen y van,
en la casa se impacientan Alberto y Doña Luisa
y Romualdo que salíó y está con el tío Juan.
“Esto -habla Romualdo- es una pesadilla insoportable,
nunca antes imaginamos vivir esta escena”.
“El no obedecer -habla tío Juan- al patrón te hace culpable,
pero tampoco tu culpa es absoluta, plena”.
“Creo -prosigue tío Juan- que son hechos que deben pasar
y cuyas razones sólo Dios las sabe exactamente.
La violencia del Barón sólo violencia puede generar,
no existe la paz en el alma de esa gente”.
"El final de Juvenal". Capítulo 10.
Juvencio ata al poste las manos del callado Juvenal,
retrocede varios pasos y mira a su alrededor,
siente un morbo en sus adentros que no es normal,
el miedo de los demás es su impulso, su motor.
Se echa más para atrás y ya el látigo obedece a su brazo,
se ve en su punta algo con formas cortantes,
está listo para dar con fuerza el primer latigazo
pero quiere saborear bien esos instantes.
Lanza el primer azote con una fuerza tal
que aumenta la angustia que ya existe,
dando de lleno en la espalda de Juvenal
que haciendo un esfuerzo de pie resiste.
Ese primer golpe resonó en el oído de todos,
el coronel desde el otro plano no lo creía,
pensó Juvencio que de todos modos
aquéllo los preparaba a todos para lo que venía.
Vino el segundo golpe también con fuerza descomunal
y ya la sangre asomaba en aquella espalda herida,
la resistencia del muchacho ya no era igual
y ya se veía venir su pronta caída.
Antonio, esposo de la hermana de Juvenal embarazada,
ya con nueve meses y viendo aquel horror,
la lleva a la casa a punto de caer desmayada
por ver a su hermano sometido a ese dolor.
Al tercer azote ya a Alberto se le acabó la paciencia
“¡mamá, aquel hombre está matando a Juvenal!
¡Tenemos que hacer allí acto de presencia
y detener lo que hace este criminal!”.
Se presenta Romualdo a toda carrera.
“¡Ese hombre está matando a nuestro hermano!
Hay que detenerlo patrón, de alguna manera,
Ese castigo no lo soporta ningún ser humano”.
Luego del tercer azote, ya las piernas de Juvenal se doblegan
Y se repiten los latigazos uno tras otro sin cesar…
Juvencio nota que Alberto y Romualdo llegan,
pero no es eso algo suficiente para su castigo parar.
Ya Juvencio azota a un cadáver, Alberto trata de frenarlo,
Romualdo por detrás lo despoja de su arma y lo apunta
y furioso le dice “Dígame patrón cuándo y dónde hay que matarlo.
Sólo espero la respuesta a esa pregunta”.
Continúa…
Mañana:
"Las explicaciones de Salvius. Capítulo 11".