Mirando siempre hacia el norte
crece un árbol desolado
de dulces frutos plagado
majestuoso es en su porte.
Mástil de amor sin consorte
erguido en firme templanza,
icónica remembranza
de palpitar superior,
donde florea el amor
desde la tierna crianza…
En el dorado horizonte
de dolores olvidado
embrión por la luz sembrado
robusto surge del monte.
Todo aquel que le confronte
buscando rama aserrarle
con la intensión de dañarle
talando radiante cresta;
habrá de perder apuesta
pues no logrará cortarle…
Con ramaje portentoso
es caricia su frescor
como sombra protector
se levanta generoso.
Suave follaje precioso
espléndido en señorío
extendido en el vacío
ilusiones acomoda,
resistiéndose a la poda
se yergue firme y bravío.
Y aunque su porte destaque
por el aspecto aguerrido
el retoño florecido
rehúye burla o ataque;
sabiendo poner en jaque
haciendo retroceder
simplemente con oler
su aromática fragancia,
nacida de la abundancia
y del franco bien querer.
Sus hojas mar de caricias
botoneras de ternura
con renacida dulzura
hacen del amor delicias.
Interponiendo pericias
cuajadas en suavidades
magníficas calidades
en sus mieles dando frutos,
pedúnculo de atributos
portadores de bondades.
Carnosidades jugosas
nectarinos de ambrosía
epitelial lozanía
protege pulpas hermosas.
Son las frutas generosas
de siembro tan singular
habitante de un lugar
de muy pocos conocido,
su acceso no es restringido
pero pocos lo han de hallar.
Sólo aquellos que traviesos
se adentran en el amor
dando de sí lo mejor
descubren árbol de besos.
Aquellos locos confesos
del amor enamorados
que entre amar y ser amados
hallaron equivalencia;
aquellos que en providencia
son los más afortunados.
Esos son los que cosechan
sus finos frutos juiciosos
los que viven venturosos
los que egoísmos desechan.
Aquellos que almas estrechan
en fundida redención,
los que sin cavilación
comparten tierno alimento,
dando al amor su sustento
y al vivir dulce emoción…