Tu nombre verdadero es lo de menos,
ya te había nombrado hojas de mis libros,
versos de mi pluma,
lluvia de mis atardeceres,
retoño de mi deseo
por volverme a enamorar.
No quiero renombrarte y correr
el riesgo de dejar de verte en cada
cosa que he bautizado de ti,
en cada momento que ahora
eres tú,
en cada día
que te he llamado.
Ni siquiera en lo que
veo en mi zapato izquierdo
y que tiene lo mismo de
ti en el derecho.
Tu nombre verdadero es lindo en serio,
pero ya no puedo llamarte
a través de él,
por el miedo a perder y no
ver lo que ya te he dicho antes.
Y para ser más sincero
también he de confesarte,
que tus nuevos apellidos
ahora son
“ te quiero”
y
“para siempre”.