Dulce dama de ojos grandes y radiantes,
yo le pregunto, ¿qué fue de nosotros?
¿dónde quedé en usted? ¿dónde quedó en mi?
porque he de decirle sinceramente que
en mi quedó una historia, un poema sin fin
escrito no en unos pocos versos,
ni en unas pocas páginas, sino en la biblioteca entera
de un alma tatuada con tinta indeleble de amor
e ilusión, impregnado cada tomo también
con ciertos tachones y
borrones que remarco el dolor
y la decepción, ellos no se pueden desaparecer ni corregir,
porque al fin forman parte de la misma historia
que a veces sigo escribiendo; ¿y usted, que me dice?
Sé que no me podrá decir mucho,
que quizá no lo podrá expresar,
que aunque fuimos parte de la misma historia
no lo fuimos de la misma experiencia,
que si yo escribí una historia con sus anotaciones,
sus pies de página e incluso con algún apéndice,
para usted no sé lo que fui, quizá un verso,
un poema, tal vez un libro completo o varios tomos
completados quizá a la espera de escribir más
o quizá, tal vez, una nota al margen
o una nota en un papel suelto y arrugado
hecho bola y arrojado a un cesto,
una palabra mal escrita en el viento,
o un susurro apesadumbrado y atrapado.