La nada nos rodea, nos somete.
Es un espacio tan vacío “tan lleno de vanidades”,
que simplemente se pierden en un triste mundo informe.
En la nada se observan: edificios, amores, rufianes,
ociosos laberintos poblados de gente
que siempre exponen mensajes
y nunca llegan al alma.
Se pierden en la encrucijada,
en una infamia incoherente.
En la nada estamos todos
perdidos en las distancias,
disipados entre los tiempos,
ignorando valores puros,
olvidándonos de lo humano,
sumergidos en una escoria vana.
¿De qué sirve entonces vivir en ese enredo mundano,
oscuro, fatuo, sombrío, poblado de espectros ciegos?
Estar dispuesto al exilio es una instancia fecunda
mirar al mundo de afuera como un presagio siniestro,
hallarse consigo en silencio, vertido a su mundo interno
convertirse en un ser indomable y luego cambiar al mundo.
CARLOS A. BADARACCO
4/10/12
(DERECHOS RESERVADOS)