Roza ya la tarde su final, serena,
cuando a mi memoria arriba la pena
y en cada recuerdo siento un rostro: su rostro…
Unas manos: las suyas…
Un cabello: su cabello…
El viento juguetón
gozaba de libertad entre sus ancianos dedos.
La sábana abrazada a su pequeña figura,
se ciñe al resto del cuerpo…
La silueta, los frágiles huesos donde tanto tiempo ha resistido
quedan ahora al descubierto.
El sol se escondía, comenzó a hacer frío,
aunque sus entrañas, tiempo atrás, ya eran de hielo.
El aire húmedo, los latidos...
y algo que conozco, pero no adivino...
¡Ah! Cómo añoré el aroma...¡ese aroma!
El mimbre y el jazmín salpicaban su piel.
La tez...arrugada, senil, trabajada pensé.
Su natural manto; cuánto, cuantísimo vivió con él.
Su cuello escondía el secreto del amanecer,
el colgante con el hombre a quien amó solo una vez;
y sin embargo yo sé que en sus recuerdos
teñidos bajo el color de la vejez,
aun lo besa, aun lo abraza, aun lo ama…lo sé.
Tanta fue la vida que colmó su ayer…
Esa vida que esperaba, esa que no volvió
y ahora, siendo más tarde que nunca,
sabe que no va a volver.
La luz se retira y deja sombras en su ser.
Los últimos destellos la deslumbran…
La miro, la busco.
Ella busca en su pasado.
De repente, ¿me está mirando?
Los ojos perdidos, perdidos en los míos,
buscan un horizonte inventado.
Labios curvados.
Una lágrima, tal vez.
Sonríe…
Cien plieguecillos deforman su risa, su expresión, la frente.
Marcas de la experiencia, de vida o de muerte.
Y son más las marcas de amor…
¡Cuántas sonrisas escondieron sus labios!
¡Cuántas cosas quise saber yo!
El tiempo se arremolinó en sus ojos, suplicantes…
Tenía que decirle adiós.
Entonces, solo entonces
quiso dar fin a su día, entonando su canción.
Y tras ella me tendió sus manos… ¡a mí!
Aquellas manos, llenas de sabiduría.
Y con un suspiro e implorando descanso
depositó su vida en las mías.