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Con pies descalzos

 

Husmeo los rastros,

repaso las huellas...

porque tribal resulta mi origen;

 

 

placentero es llegar a recodar,

aquel anciano inicio

que dándole impulso al pie,

resucita mi yo vital.

 

 

Quiero recuperar la pureza que anida

en mi esencia indígena; la pura y elemental.

 

 

Es por ello que rebusco el lado salvaje,

todavía espero encontrar; sapos y cisnes,

por los lagos de los parques artificiales,

lianas para trepar y druidas que puedan sanar;

del hombre moderno; dolencias fatales.

 

 

Merodeo los lindes naturales,

entre vapores de aceites requemados

y cancerígenos monóxidos,

que son genocidas, ¡pura barbarie!.

 

 

Eludo cualquiera de los plagios;

conceptos y contactos de quita y pon;

espejismos meramente virtuales.

 

 

Necesito de la vista, del olfato y el oído,

comprobar la viva voz

y disponer de mis cinco sentidos.

Preciso palpar al degustar,

-reír y no llorar-

que no se atrofien nunca mis papilas gustativas,

ni mi Aorta, ni mis cavas ni mis ventrículos.

 

 

Suerte tengo que, fiel mi instinto,

me advierte de la inconveniencia

que habita en ciertos sortilegios.

Suerte tengo que, me sujeta,

cuando a punto estoy de caer,

por serpientes, ya hipnotizado,

y marchar pasivo, dócilmente,

hacia un destino atroz, marchar embelesado.

 

 

Quiero ser primitivo, (que natural sea mi esencia,

que el carbón no le gane el pulso a mi conciencia)

para que nunca lleguen a acertar,

los dardos, las flechas o las lanzas,

de la terca necedad

o de aquel extravío en forma de inopia

la fragancia de mi mente.

 

 

Para no ser abatido cayendo fulminado,

por arquetipos caducos de moda y belleza,

por el lujo banal que se derrite

llegado el humor de la primavera.

 

 

Quiero tener los ojos candados,

ante reflejos que le ciegan la mirada

por siglos al alma y por eras al corazón,

Quiero templar la fogosidad que proporcionan

los espejos imaginarios y aluminios inventados

que se oxidan en la altura de edificios

y en la lustrosa y decadente magnificencia

de la dictatorial veleidad de templos.

 

 

Suerte tengo que, tengo piernas, brazos y pies,

que cuando me paro en mi ciudad,

no debo -todavía- que pagar en el parquímetro.

Suerte tengo que me cobijo en las lindes

de un espíritu infinito.

 

Suerte tengo de poder inhalar y respirar,

de que el aire no se envasa -aún hoy-

en botellas o en latas o en tetra-bricks,

que proclaman, con disimulo, un nuevo exterminio.

 

 

Suerte tengo de que...

no hay fractura en mis zapatos,

pues entonces no hay fisura en mis valores.

 

 

Jamás renunciaré a mis orígenes,

no hay vergüenza que se jacte de llamarme

cuando abrazo mi retrato,

angelical, tan alado como demoniaco,

pero sano, al ser sincero aborigen.

 

 

Soy un salvaje respaldado

por palmeras, por dunas, por cedros y por mares,

por oasis ancestrales,

por la tupida hojarasca,

que da vida, el principio a mis sentidos.

 

 

Salvaguardo el arte sin sucedáneos.

Procuro deducir como asirme,

a los acentos constructivos;

los formativos, dialogantes y culturales.

 

 

Soy un indígena,

digno aborigen,

guardo el máximo respeto

a la sangre que me otorgó

la dicha de estar,

la sangre por la que existo.

 

 

318-omu G.S. (Bcn-2012)